El viernes pasado, en mi sección “
Gente Sana” d
el programa “Gente Despierta” de Radio Nacional de España, esbocé diez peticiones a nuestro Gobierno que creo que podrían mejorar el caos nutricional que nos rodea (
minuto 4:20).
Las detallo aquí (los números en paréntesis corresponden a textos que verán citados al final, por si quieren saber más del tema):
- Incorporar a los Dietistas-Nutricionistas en el Sistema Nacional de Salud (1) (no se olviden de esta petición, porque la volveré a citar en breve).
- Que aparezcan advertencias de salud en las bebidas alcohólicas (2).
- Que se prohíba cualquier publicidad de alimentos malsanos dirigida a niños (3).
- Que aumenten los impuestos a las bebidas azucaradas y disminuyan los de frutas y hortalizas (4).
- Que disminuya el contenido de sal en alimentos procesados (5).
- Que los lobbies de la alimentación no se vinculen en la formulación de políticas nutricionales (6).
- Que exista una voluntad política de actuar contra las grandes empresas de alimentación cuando fomentan el consumo de alimentos malsanos (7).
- Que se fomente la práctica de ejercicio físico y se desincentive el sedentarismo.
- Que se cumplan las actuales leyes que protegen a los ciudadanos de la mala praxis dietético-nutricional (8).
- Que se invierta mucho más en prevención (9).
Sigo estando convencido de que no podemos despistarnos con este asunto, entre otros motivos porque es posible que nuestros hijos vivan menos que nosotros (10) a causa de las espeluznantes cifras de obesidad infantil que existen.
Pues bien, un año después creo que es momento de añadir un ruego más a nuestros Gobiernos: implementar una (buena) educación nutricional en las escuelas. Me he convencido después de leer el estudio de que acaban de publicar Matthew M. Graziose y sus colaboradores (Pamela A. Koch, Y. Claire Wang, Heewon Lee Gray, e Isobel R. Contento) en la revista Journal of nutrition education and behavior (11).
Su investigación no ha consistido en explicar a los niños (en este caso, alumnos de 20 escuelas de Nueva York) qué son los aminoácidos esenciales, las grasas omega-3 o las vitaminas hidrosolubles. Los investigadores tampoco han pretendido que los alumnos aprendan la (supuesta) importancia del desayuno (12), que se crean esa entelequia de que hay que comer de todo, que sean obedientes y se acaben siempre lo que tienen en el plato (13), o que tomen por dogma de fe que no hay alimentos buenos o malos (14). Lo que sí han intentado es que comprendan la importancia que tienen los siguientes seis consejos, todos relacionados directa o indirectamente con la nutrición:
- Reducir el consumo de bebidas azucaradas (15).
- Reducir el consumo de “Fast food” (comida rápida) (16).
- Reducir el consumo de aperitivos procesados y envasados.
- Reducir el número de horas ante las pantallas (17).
- Aumentar la actividad física (18).
- Aumentar el consumo de frutas y hortalizas.
Me parecen recomendaciones muy pero que muy acertadas. Ya pueden imaginarse la conclusión del estudio:
“Nuestro modelo de coste-efectividad sugiere que incluir en el currículum de las escuelas públicas la educación nutricional es una estrategia efectiva y rentable para reducir la obesidad infantil”.
Esto me lleva a la primera petición que formulé a nuestro Gobierno la semana pasada y que he citado hace unas escasas líneas: “Incorporar a los Dietistas-Nutricionistas en el Sistema Nacional de Salud”. Lo digo porque si los Dietistas-Nutricionistas ni siquiera estamos en el Sistema Nacional de Salud (y eso que lo hemos pedido por activa y por pasiva)
menos aún estamos en la enseñanza pública. Creo que lo primero, antes de implementar la educación nutricional en las escuelas, es tener claro que dicha educación debe correr a cargo del profesional capacitado para ello. Ayer mismo, sin ir más lejos, el Colegio de Dietistas-Nutricionistas de Catalunya denunció el intrusismo (en mi opinión, peligroso)
que ejerce un tal Xevi Verdaguer, como pueden comprobar aquí (19).
Pero volvamos a la implantación de la educación nutricional en las escuelas. Bien hecha resulta, a la luz del estudio recién citado, de gran utilidad. Entre otros motivos porque buena parte de la obesidad que sufren muchos adultos (de muy difícil abordaje cuando ya está instaurada) se ha gestado en su infancia. Prevenir la obesidad infantil genera beneficios económicos, reduce una larga lista de enfermedades e incluso se relaciona, tal y como justifican Graziose y sus colaboradores, con mejoras en la productividad y en el rendimiento académico. Pero los beneficios de los seis consejos antes citados no solo mejorarán las tasas de obesidad infantil, prevendrán muchas otras patologías crónicas (20).
Acabo este breve texto con una frase que cierra el artículo de Graziose y colaboradores, para que vean que no soy el único que quiere gravar los “refrescos” (4) o prohibir los anuncios de productos malsanos dirigidos a niños (21).
“Existen otras intervenciones de prevención de la obesidad que, implementadas a nivel federal, también parecen ser rentables, tales como subir los impuestos a las bebidas azucaradas, las prohibiciones publicitarias y la promoción de la actividad física. Cuando está bien implementada, la educación nutricional puede trabajar en tándem con otros enfoques para alterar los factores sociales y ambientales que contribuyen a la obesidad”.
Referencia bibliográfica: Graziose MM, Koch PA, Wang YC, Lee Gray H, Contento IR. Cost-effectiveness of a Nutrition Education Curriculum Intervention in Elementary Schools. J Nutr Educ Behav. 2016 Nov 11. pii: S1499-4046(16)30853-3.